¿Correntino? hummm ¡guarda...! ¡Cuchillero!
¡Linda fama...! Nació sabe Dios cuándo,
ni cómo ni porqué. Lo real, lo cierto
es que el varón de ese rincón de patria
carga con ella desde viejos tiempos.
¿Con razón? Puede ser, según se ubique
la hoja de su acero
en el tope entrador de una tacuara
y entre la tolvanera del recuerdo
lo veamos blandir como una antorcha
de libertad, la llama de ese fierro,
avanzando, avanzando entre una nube
de clarinadas, gritos y atropellos
de encabritados fletes y trabucos
que escupen moras a los cuatro vientos...
Correntino, ¡centauro cuchillero!
Avanzando con San Martín, el grande,
semidiós sempiterno,
y con aquel sargento inolvidable:
Cabral, el saladeño,
que escribiera su página de historia
avanzando hacia el bronce en San Lorenzo.
Y después con Belgrano
-¡tambor de Tacuarí concepcionero!-
y con Berón de Astrada,
cosechando las rosas del Martirio
de Pago Largo en el infierno cruento.
Avanzando sin tregua en Caa Guazú
con Paz y sus regiones de escueleros,
en el Arroyo Grande, en Ibajahi
y en el Rincón de Vences, el funesto.
Furia rampante en las caballerías
de Lagraña y de Cáseres; portento
que levantara en triunfo a Madariaga
allá en Laguna Brava, tras el hecho
milagroso de aquella promesera,
guía gloriosa del glorioso encuentro.
Siempre avanzando anduvo el cuchillero,
ya en el Combate de la Batería
o en Tuyutí, con Mitre, el leal porteño;
o en Ñaembé, escoltándolo a Baibiene
sobre líneas tendidas a dos fuegos,
donde López Jordán perdió el penacho
de su altivez de bravo montonero.
Avanzando en Infrán, entre girones
de heroísmo rabioso, muerte en pecho,
de cara hacia la historia
¡sin conocer el deshonor del miedo!
Y después, en la paz, sobre las cruces
que germinaron en el patrio suelo,
siguió avanzando inexorablemente
la epopeya sin paz del cuchillero.
Honra, vida y hacienda a la deriva
buscaron la custodia de su fierro;
su sola ley fue aquella del más fuerte
y en la lucha tenaz no halló sosiego.
Así, a coraje limpio, el correntino
su libertad y honor fue defendiendo;
de allí que no le dañe ni le ofenda
su fama de temible cuchillero.
El otro, el bravucón de mostradores,
aquel que tras las copas va perdiendo
su dignidad de hijo de una tierra
que hizo valer con sangre sus derechos,
ese mal correntino ni siquiera
merece que lo llamen cuchillero.
Ese tiene otro nombre y ese nombre
es, en castigo, su baldón más negro.
Porque el hijo cabal, el del terruño
de la cruz del milagro reverendo,
que tiene a Yapeyú por noble cuna
del más probo varón de nuestro pueblo,
debe, por tradición y por principio,
honrar el santo nombre que le dieron:
correntino, para llevarlo en alto
¡jamás para arrastrarlo por los suelos!
Poema de Blas Martínez Riera - Osvaldo Sosa Cordero
¡Linda fama...! Nació sabe Dios cuándo,
ni cómo ni porqué. Lo real, lo cierto
es que el varón de ese rincón de patria
carga con ella desde viejos tiempos.
¿Con razón? Puede ser, según se ubique
la hoja de su acero
en el tope entrador de una tacuara
y entre la tolvanera del recuerdo
lo veamos blandir como una antorcha
de libertad, la llama de ese fierro,
avanzando, avanzando entre una nube
de clarinadas, gritos y atropellos
de encabritados fletes y trabucos
que escupen moras a los cuatro vientos...
Correntino, ¡centauro cuchillero!
Avanzando con San Martín, el grande,
semidiós sempiterno,
y con aquel sargento inolvidable:
Cabral, el saladeño,
que escribiera su página de historia
avanzando hacia el bronce en San Lorenzo.
Y después con Belgrano
-¡tambor de Tacuarí concepcionero!-
y con Berón de Astrada,
cosechando las rosas del Martirio
de Pago Largo en el infierno cruento.
Avanzando sin tregua en Caa Guazú
con Paz y sus regiones de escueleros,
en el Arroyo Grande, en Ibajahi
y en el Rincón de Vences, el funesto.
Furia rampante en las caballerías
de Lagraña y de Cáseres; portento
que levantara en triunfo a Madariaga
allá en Laguna Brava, tras el hecho
milagroso de aquella promesera,
guía gloriosa del glorioso encuentro.
Siempre avanzando anduvo el cuchillero,
ya en el Combate de la Batería
o en Tuyutí, con Mitre, el leal porteño;
o en Ñaembé, escoltándolo a Baibiene
sobre líneas tendidas a dos fuegos,
donde López Jordán perdió el penacho
de su altivez de bravo montonero.
Avanzando en Infrán, entre girones
de heroísmo rabioso, muerte en pecho,
de cara hacia la historia
¡sin conocer el deshonor del miedo!
Y después, en la paz, sobre las cruces
que germinaron en el patrio suelo,
siguió avanzando inexorablemente
la epopeya sin paz del cuchillero.
Honra, vida y hacienda a la deriva
buscaron la custodia de su fierro;
su sola ley fue aquella del más fuerte
y en la lucha tenaz no halló sosiego.
Así, a coraje limpio, el correntino
su libertad y honor fue defendiendo;
de allí que no le dañe ni le ofenda
su fama de temible cuchillero.
El otro, el bravucón de mostradores,
aquel que tras las copas va perdiendo
su dignidad de hijo de una tierra
que hizo valer con sangre sus derechos,
ese mal correntino ni siquiera
merece que lo llamen cuchillero.
Ese tiene otro nombre y ese nombre
es, en castigo, su baldón más negro.
Porque el hijo cabal, el del terruño
de la cruz del milagro reverendo,
que tiene a Yapeyú por noble cuna
del más probo varón de nuestro pueblo,
debe, por tradición y por principio,
honrar el santo nombre que le dieron:
correntino, para llevarlo en alto
¡jamás para arrastrarlo por los suelos!
Poema de Blas Martínez Riera - Osvaldo Sosa Cordero
Trancripción por Alejandro Aristimuño
la genial pluma de don Osvaldo Sosa Cordero
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