La tarde filtra zafiros
sobre el sueño de los pastos.
Un abanico de teros
se agita sobre el pantano.
Se mezclan grises y añiles
bajo el alero del rancho
donde un paisano que puso
su jornada sobre el campo
pulsa una vieja cordiona
y con ella sigue arando.
Los hondos ojos se beben
en silencio aquél ocaso;
la agreste polifonía
le penetra hasta las manos
y van los dedos entonces
apretando y apretando
como requiriendo el zumo
de algún motivo increado.
Y allí el estero y el monte
con su prodigio de pájaros
y el mugido y el relincho
y el palmar y los naranjos.
Caballitos invisibles
van galopando en los bajos
y un son dulce y primitivo
sale volando hacia el campo.
Hombre, paisaje, sosiego,
todo es uno amalgamado
para dar en chamamé
lo que callan mis paisanos...
sobre el sueño de los pastos.
Un abanico de teros
se agita sobre el pantano.
Se mezclan grises y añiles
bajo el alero del rancho
donde un paisano que puso
su jornada sobre el campo
pulsa una vieja cordiona
y con ella sigue arando.
Los hondos ojos se beben
en silencio aquél ocaso;
la agreste polifonía
le penetra hasta las manos
y van los dedos entonces
apretando y apretando
como requiriendo el zumo
de algún motivo increado.
Y allí el estero y el monte
con su prodigio de pájaros
y el mugido y el relincho
y el palmar y los naranjos.
Caballitos invisibles
van galopando en los bajos
y un son dulce y primitivo
sale volando hacia el campo.
Hombre, paisaje, sosiego,
todo es uno amalgamado
para dar en chamamé
lo que callan mis paisanos...
Poema de Osvaldo Sosa Cordero
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